lunes, 18 de mayo de 2015

Cautivo - 23

Creí que ya había publicado este capítulo x_x pero no, así que el 24 vendrá pronto pues acabo de terminar de editarlo. Gracias a todos los que siguen el fic, me animan a terminarlo n_n mil gracias!!
La cabeza le dolía. 

Cuando abrió los ojos, vio todo negro y apenas podía moverse. Sentía las manos atadas y se asustó terminando de despertarse.

—¡Auxilio! —intentó gritar, pero su voz salió débil.

Todos sus sentidos se pusieron en alerta y fue consciente de lo que había pasado, había sido secuestrado y se asustó mucho. Ya antes había experimentado esa sensación de impotencia, miedo, terror, inseguridad y desesperanza.

—¡Ayuda! —gritó sonando más fuerte y se intentó poner en pie descubriendo su pies atados. Cayó de costado y sintió en su cintura otra soga que lo inmovilizaba. El piso era de madera y apenas traía puesto la camisa blanca semi abierta que había usado en el desfile. No tenía sus zapatos ni el pantalón, sólo sus calzoncillos y la camisa. Entonces en su mente vino Tom, sólo a él se le hubiera ocurrido secuestrarlo y tenerlo en esas condiciones.

Y lamentablemente no se equivocó. Pasados algunos minutos, la puerta de la habitación se abrió dando paso a una silueta que él conocía.

Lo decepcionó mucho que sea Tom el que le haya causado tanto mal, comenzó a llorar ni bien lo vio y bajó la cabeza.

Tom se le acercó de manera lenta, y Bill evitó alzar la vista. Estaba sentado en la superficie de madera y muchas cosas pasaban por su mente, los miles de consejos que la gente le daba “aléjate de él, es un monstruo, no puedes amar a alguien como él.” Y comenzó a creer que todos tenían razón.

—Por qué… por qué lo hiciste… —lloraba rendido, débil ante su captor.

Pero Tom no contestó ni una de sus preguntas, sólo se le acercó y en el camino se quitó la correa de sus anchos pantalones para así dejarlos caer y quitárselos.

—No puedo creerlo, ¿me violarás después de todo? Estás enfermo Tom, esta vez no te perdono. —Y por decir eso recibió una abofeteada que lo tumbó al suelo. Intentó moverse y por estar atado no pudo, así que se puso en posición fetal comenzando a llorar otra vez.

El león le quitaría los cuernos al cervatillo, lo mutilaría para demostrarle quien mandaba… el león herido no soportaba ver la grandeza del cervatillo, su vanidad. Lo quería indefenso otra vez.

—No puede ser… ¡Tom! —buscaba clemencia como hacía años, alguna forma de negociar—. Haré lo que quieras, pero suéltame.

Tom estaba agitado y se arrodilló acariciando sus piernas, muslos y más arriba.

—¡Ni te atrevas! —y le arrancó la camisa para con ella amarrarle la boca haciendo un nudo fuerte, dañando su cabello negro y largo en el proceso. Desató sus manos solo para volverlas a amarrar detrás de su espalda en una posición más incómoda y le dio la vuelta, arrodillándolo en el suelo.

Bill apenas podía creer lo que estaba pasando. No podía hablar nada por la mordaza y Tom rompió sus calzoncillos para tocarlo sin pudor.

—Eres… eres mío —apenas susurró—. Estaremos solos aquí.

Bill casi no lo podía creer, Tom abusaba de él de la más vil manera, ¿cómo podía sentir amor por un ser tan despreciable? ¿Cómo había podido tolerar tanto? No lo sabía, pero estaba claro que el amor moría de esa forma, cuando Tom lo tomó y penetró sin cuidado y embistió fuerte como si no hubiera un mañana.

Mordió fuerte la camisa usada como mordaza y puso los ojos en blanco recordando que Tom solía tomarlo así, a pesar del contexto del acto, no pudo controlar su cuerpo quien supo responder a las embestidas haciendo que sea el primero en correrse. 

—Oh… —gimió Tom tomando las caderas de Bill y terminando dentro.

Cayeron de costado en el frío suelo y Bill cerró los ojos sintiéndose tan mal como la primera vez que lo había ultrajado.

Casi como un ritual, minutos después, Tom se levantó y regresó con un bold de agua y un trapo con lo que comenzó a limpiar a Bill. Había sangre y semen que le indicaba lo brutal que había sido el acto. La culpa era algo que había en los dos, Tom por hacerlo y Bill por en cierta forma disfrutarlo.

Tom le quitó la mordaza y luego le puso unos calzoncillos.

—Te odio, Tom, te odio como no tienes idea, estás enfermo. —Otro golpe cayó en la boca de su estómago ocasionando que se asfixiara por segundos.

Tom había regresado a ser el monstruo que siempre había sido, el león salvaje y cruel que lo devoraba vivo y lo dejaba sangrante para devorarlo otra vez más tarde.

El miedo regresó, los espasmos, las pesadillas, el frío en el cuerpo, los temblores y dolores, la boca seca, el llanto incontrolable, las ganas de morir… los días interminables y largos, las horas tortuosas, la idea firme de vivir una pesadilla y no poder despertar.

El cervatillo se hacía cada vez más indefenso, perdía sus cuernos, perdía su orgullo y valor con cada minuto que pasaba en las garras del otro.

Entonces los pensamientos de negociación, de sumisión total regresaron luego de casi cinco días de estar amarrado en el cuarto de madera de lo que parecía una cabaña y soportar a Tom entrar para desatarlo, darle de comer, llevarlo al baño, limpiarlo y luego ultrajarle sexualmente más de una vez.

Para el sexto día, dormía abrazado a Tom, buscando un poco de cariño sobre el mueble que le había traído para que durmiera.

—Por favor… —suplicaba. Tom se había vuelto callado, distante, solo lo buscaba para satisfacerse y en el sexo solían complementarse muy bien, habían sido una pareja muy activa en ese aspecto, Bill sabía complacerlo, pero Tom era el mismo que fue cuando lo secuestró, cruel, distante y reservado—. Moriré si no me sacas de aquí…

—Me dejarás, me matarás.

—¿Cómo puedes pensar eso? —lo miró a los ojos, suplicante, buscó al Tom del cual se enamoró.

—Preferirás tu vida libre que a mí.

—Pero Tom…

—Lo arruiné, Bill, no me perdonarás, prefiero tenerte conmigo así, donde sé que no escaparás, donde puedo tomarte a mi voluntad, domarte; vivir contigo para siempre.

—¿Aunque sufra?

—También sufro.

—¡Tom! —reclamó y luego se asustó cuando Tom se levantó de manera brusca y lo puso boca abajo, aplastándolo con su cuerpo—. Ya, lo siento —suplicaba, pero Tom no se detuvo.

—Nada será lo mismo. Estamos jodidos.

Bill mojó el sofá con sus lágrimas y luego, como de costumbre, Tom abusó de él hasta que terminaron en el suelo, Bill sobre el pecho de Tom, exhausto, con una pierna amarrada hacia el sofá, totalmente desnudo, con frío y dolores en varias partes del cuerpo. Tom suspiraba buscando relajarse y también durmió producto del cansancio. 

Pasaron los minutos en la oscuridad de la noche y Bill, por primera vez en tanto tiempo, decidió que lo mejor sería escapar.

No era primera vez que sentía ese miedo que lo llenaba de pánico pero lo impulsaba a querer huir.

Con manos temblorosas, pero rápido, desató su pie y luego miró hacia atrás, Tom dormía y la poca luz de la luna llena que entraba por una pequeña ventana logró iluminar su pacífico rostro. Bill no podía creer como así Tom se había convertido en el monstruo despiadado que había sido, aunque en el fondo sabía que no había sido así, Tom siempre fue un ser digno del desprecio de los demás, siempre fue un león feroz el cual fue domado pero no había perdido su esencia cruel y destructora. 

El pequeño cervatillo, ahora indefenso, débil, vulnerable, dañado, sin cuernos, sin patas fuertes para correr, se replegó y puso sus sentidos en alerta. Debía ver en la noche, debía salir desnudo en el bosque y buscar una salida en medio del peligro, debía hacerlo o moriría.

Apenas divisaba el vaho que provocaba su agitada respiración en el frío ambiente y luego encontró la puerta de la cabaña la cual era bastante peor a la anterior donde solían limpiarla. En la semana que yacía preso apenas había visto que Tom trajo el mueble y algo de comer para sobrevivir que buscar algún tipo de comodidad.

Ahora ponía todos sus sentidos en abrir la puerta y escapar.

Todo pasó como si estuviera soñando, sentía el temor aumentar con el tiempo y su corazón bombear tan rápido que creyó que era posible un paro cardíaco.

—¡Bill! —Tom despertaba en la oscuridad y supo que Bill escapaba.

La puerta se abrió luego de haber quitado varios seguros y Bill salió corriendo, desnudo aterrorizado. Lo primero que sintió fue el dolor punzante en sus pies por correr descalzo, seguido, el viento frío golpearle la cara y por último, los gritos desesperados de Tom quien salió corriendo detrás suyo, airado, con sus calzoncillos puestos.

Bill corrió sin parar, a pesar del dolor, del frío y todas las sensaciones desagradables que sentía, no se detendría.

—¡Déjame! —logró gritar adentrándose entre los árboles del bosque, escuchando a Tom acercarse corriendo. Lo iba a cazar… en cualquier momento, lo iba a alcanzar y podía imaginar todo lo que le haría para retenerlo. Quizá lo encerraría en un pozo, quizá lo mutilaría, lo torturaría o… quien sabe lo mataría, le creía capaz de lo último y lo sintió más esperanzador a diferencia de lo otro, no quería vivir más torturado.

Tom lo tomó de sus negros cabellos largos y forcejearon. Bill le mordió una mano y luego recibió un rodillazo en el vientre que lo puso de rodillas, buscando oxígeno.

El ser más débil cayó en el lodo del bosque, herido, tendido a la merced del otro.

Tom se arrodilló y buscó abrazarlo pese a que era él el único causante de su desgracia. Bill estaba azul, perdiendo poco a poco el oxígeno, su vientre había sido hundido y no entraba oxígeno a sus pulmones. Tom se lo dio con su boca cuando lo vio por desmayarse y luego Bill esperó los golpes y jalones hacia la cabaña que no llegaron.

—Bill… —Tom le decía muchas cosas y sintió que levantaba en brazos su delgado y maltratado cuerpo para llevárselo de regreso—. Qué has hecho… —Quería hablar pero no podía, estaba en shock, asustado, como una presa cazada que sería devorada.

Llegaron a la cabaña, no había fluido eléctrico como en la anterior, pero aun así Tom lo llevó al baño y lo metió en una tina de madera, llenándolo de agua fría para quitarle el barro y la suciedad.

—Nunca seré libre, ¿verdad? —lo miró Bill mientras Tom lo bañaba en silencio.

—Lo serás cuando muera.

—Tom…

—Lo serás Bill, pero para eso, tendré que morir.

—No digas eso. —No sabía cómo así tenía compasión por Tom, pero la idea de que muriera le parecía horrible.

Tom lo miró y vio en él al niño que una vez secuestró, al que temblaba por su mirada, al que buscaba una caricia de sus fuertes y destructoras manos sobre su frágil y magullada piel.

—Lo juro.

Vio a Bill llorar otra vez y luego lo arropó con las toallas, sacándolo de la tina y llevándolo al sofá.

Bill era un poco más alto que Tom, aunque había bajado de peso, a Tom le costó sentarlo en sus piernas y abrigarlo con las toallas para que durmiera apoyado en su pecho.

Lo que más buscaba Bill, a pesar del contexto y la contradicción de su mente, era oler a Tom, dejarse abrazar y permanecer seguro en sus brazos libre del dolor, extrañamente, con Tom para librarse de él mismo.

Su respingada nariz se adentró por los agujeros de su camiseta y acarició su pecho para luego darle pequeños besos en el pecho y quedarse dormido en los brazos de su captor.

*

El sufrimiento se volvió parte del día a día. Poco a poco perdió la noción de su propia identidad. ¿Bill Kaulitz? ¿Quién era ese? ¿Un exitoso músico? No lo veía así, se consideraba similar a la mierda y buscaba agradar a Tom o escapar de él. Había una lucha en su interior que lo desequilibraba y sentía que lo ponía al borde de la locura misma.

Tom no se quedaba atrás, se sentía despersonalizado, fuera de sí, como si todo lo que había aprendido un día, se hubiera borrado de su mente y lo convirtió en una bestia con forma humana.

Vio a Bill comer, sentado en el sofá. Le había traído espaguetis y los engullía con desesperación y es que sólo comía una sola vez al día, cuando Tom salía luego de amarrarlo fuerte contra el mueble y cerciorarse de que no escaparía. 

Bill lucharía por vivir pese a su condición, como el pequeño adolescente músico que había secuestrado hacía años, que se robó lo que quedaba de su corazón y sólo así sobrevivió. Pero ahora todo lo que sentía era deseos de destruirlo, marcarlo, mutilarlo, ver la forma de que nadie más lo deseara.

Bill apenas fue consciente de cuando Tom le quitó el plato de las manos y luego tomó parte de sus cabellos para levantar su rostro y ponerle un cuchillo en la mejilla. Bill se aterrorizó.

—No sé qué quieres hacer, pero lo que más quieras no lo hagas… —suplicó sintiendo la punta del cuchillo hincarle la mejilla de manera peligrosa.

—Tu rostro es perfecto y… —apretó los labios y Bill cerró los ojos. Tom vio cómo una lágrima bajó hasta la punta del cuchillo y se detuvo—. Quiero verlo solo yo…

—Jamás tuve la culpa de ser como soy… —tenía ambas manos temblorosas en el brazo de Tom, buscando detener la cortada que iba a hacerle.

La mano de Tom se suavizó y lo soltó. Bill, tembloroso, se hizo una bolita en el sofá y Tom miró esa escena con una sensación incómoda en la boca del estómago y un nudo se le hizo en la garganta. Bill estaba destruido y era entera su culpa.

—Mi pequeño ciervo… —dijo con voz baja, Bill no lo quiso ver—. No puedo más.

Casi corrió a la puerta de la cabaña y abrió los cerrojos, rápido, sin que su mente o sus más perversos deseos lo detengan de hacer lo que debió haber hecho hacía años… permitirle ser libre, ser el ser más hermoso que adornara el mundo, permitir que otros rieran con su risa, escucharan su música y apreciaran al más perfecto ser, dejarle soñar y ser quien era… alguien mil veces superior que él, alguien que merecía vivir, que tenía el mundo ganado a su favor y fluía sangre de vida en su ser, que era incapaz de destruir incluso al más despreciable ser.

—Eres libre —dijo con voz temblorosa, sin mirarlo a los ojos. Bill lo miró desde el sofá, con la respiración agitada, con la boca abierta del susto—. Vete.

Se levantó de su sitio con todo el cuerpo tembloroso y corrió como lo hacen los animalitos huyendo de sus cazadores, sin mirar hacia atrás, solo hacia el frente, hacia la luz, hacia el bosque.

Esta vez tenía sus zapatillas blancas y la ropa de ese mismo color, aunque no limpia. La camisa estaba raída y el viento hacía ver las mangas como alas de tela raída.

Corrió con lágrimas en sus ojos hacia la libertad y luego la lluvia comenzó y se detuvo debajo de un gran árbol donde lloró por todo en lo que se había convertido.

¿Bill? ¿Cuál Bill? No era más que una nada hueca en medio del bosque, un ser sin vida que existía por inercia, estaba perdido y no sabía hacia dónde ir.

Norte, sur, este, u oeste; todo era la misma cosa, no había un camino y apenas podía beber el agua que caía de la lluvia.

Estuvo varios minutos vagando y sólo pudo mirar hacia atrás, hacia el camino que sus zapatillas había dejado… el camino hacia la tortura, hacia la maldita cabaña testigo de sus gritos de dolor y llanto.

Se abrazó a sí mismo y caminó lento como un carnero que va hacia el matadero, rendido, sin fuerzas, resignado.

Aun la puerta estaba abierta… adentro solo se veía oscuridad. Sus labios temblaron y avanzó como pudo hacia la entrada para ver un líquido rojo manchar la madera.

Palideció rápido y sintió sus piernas flaquear cuando vio a su captor con el cuchillo ensangrentado en una mano y la otra con un profundo corte en las venas.

—¡Tom! —gritó con voz aguda, arrodillándose y levantando su cabeza para ponerla en sus muslos—. Tom, no, no, no… —No sabía si estaba con vida o ya había muerto, pero se encontraba en medio de la nada con la única persona importante en su vida a punto de dejar el mundo—. Tom… —lloraba desesperado. Rasgó parte de su camisa y amaró fuerte el brazo para que dejara de sangrar.

Tom abrió los ojos y vio la luz del día empañar sus ojos y luego, la silueta de un ángel hermoso de cabellos negros que lloraba por él. 

No podía creer que estaba en el cielo con su tan perverso ser, pero creyó firmemente que era un ángel quien lo llevaba al cielo y se dejó caer en la oscuridad de sus ojos y la profundidad de un sentimiento extraño, las enormes ganas de simplemente no existir más.

—Me muero si tú mueres —dijo Bill y luego se percató que Tom siempre cargaba con su celular en el bolsillo de sus pantalones y que sabía que en parte del bosque había señal—. No te dejaré… —dijo cuando encontró el celular y salió de la cabaña en busca de las barritas que le indicara que había señal y cuando las halló se angustió por no saber a quién llamar, así que buscó en la lista de llamadas realizadas anteriormente y vio el número de Georg—. ¡Aló, ven, ven! —gritó cuando lo escuchó.

—¿Quién habla?

—Soy Bill, ven Georg, ven a… no sé —comenzó a llorar con desesperación—. Tom muere, no sé a dónde me ha llevado pero rastrea esta llamada.

—Sé a dónde… —Al parecer Georg estaba al tanto de lo acontecido—. Estoy por ir con mi camioneta, sólo no permitas que muera.

—Sí, apresúrate…

Bill corrió de regreso a la cabaña donde tomó a Tom y lo abrigó con una manta pues lo sintió frío con los labios blanquecinos y titiritando.

Había perdido mucha sangre y Georg demoró casi media hora en donde Tom entró en la inconsciencia. Estaba muriendo y quizá sería lo mejor, él lo deseaba, pero Bill se aferraba a su cuerpo con desesperación, a pesar de todo…

u_u Tom lo hizo. Espero comenten qué les pareció. Nos vemos prontito en el siguiente capítulo. Muah!

6 comentarios:

  1. TONTO, IDIOTA, IMBECIL, DESGRACIADO, BESTIA, MONSTRUO... ENFERMOOO TOM! Y ASI EL PEQUEÑO E INDEFENSO BILL SE COMPADECE DE TI Y EN LUGAR DE DEJARTE, DENUNCIARTE, CLAMA Y SE DESESPERA POR AYUDA PARA TI!!! NO TIENES PERDÓN!!! -_- :'(
    Gracias por actualizar damitaRosa!!! ♥

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    1. Gracias a ti por comentar así de intenso *-*<3 veremos lo que pasa~

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  2. No lo se, al principio esta historia me encantaba, creía que mostraba un poco de esperanza y fe, de que las personas pueden mejorar cuando quieren hacerlo. Ahora sólo creo que no importa cuanto quieras creer que alguien ya no es el de antes, sigue siendo la misma mierda siempre, y eso es muy triste...

    Me voy a mi rincón a deprimirme, bye.

    Lily V.

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  3. La leo por tercera vez. Esta historia es tan realista. Me encanta

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